El Apóstol Andrés el Protocletos


Parábola sobre el Profeta

Dijo Jesús: «Él vino,
pero no muchos Le reconocieron.
Él hablaba, pero no muchos Le escuchaban.
Él enseñaba, pero no muchos
ponían en práctica Sus Enseñanzas».

De los recuerdos del Apóstol Andrés

         Vino a la Tierra un Hombre, enviado por Dios Padre.
         Vio este Hombre que las personas se habían atascado en los pecados, que los vicios*  se habían multiplicado en las almas y que las buenas costumbres habían sido olvidadas…
         Vio este Hombre que las Enseñanzas sobre las Leyes Divinas habían sido negadas y que las personas habían perdido la esencia de las Escrituras Sagradas.
         Así como es posible ocultar la suciedad y la deformidad del cuerpo con un vestido bonito, es posible ocultar las imperfecciones del alma con las palabras de las Escrituras, las que uno pronuncia, pero no cumple.
         Todos hablan sobre la Ley, todos enseñan la Ley, pero no practican ni lo que dicen ni lo que enseñan.
         Las personas no ven la Luz y no se dan cuenta de que viven en la oscuridad.
         No sabía este Hombre cómo cambiar todo lo que observaba. Pues, comprendía que si empezaba a hablar, Sus palabras se perderían en la exuberancia de las falsas enseñanzas que reinaban por doquier.
         Entonces se quitó Sus vestes elegantes y se fue al desierto. Allí vivía y escuchaba a Dios, y Dios hablaba con Él.
         Se difundió por la tierra el rumor de que un Profeta vivía en el desierto y escuchaba a Dios, aunque Él Mismo siempre guardaba silencio.
         La gente empezó a concurrir para verle. ¡Y se maravillaban! Comenzaron a hacerle preguntas para ver a quién Él le contestaba.
         Vino uno y Le preguntó: «¿Qué tan grande será la cosecha de este año?».
         Vino otro y Le preguntó: «¿Cuándo se casa mi hijo?».
         Vinieron más personas y Le preguntaban cosas como: «¿Cuándo mi cuñada va a dar a luz?, ¿Cómo puedo guardar y multiplicar mis riquezas?, ¿Cómo puedo hechizar a una muchacha y casarme con ella?».
         Pero el Profeta guardaba silencio. Y las palabras que hubiera querido revelar a las personas quemaban Sus labios y el Amor de Dios colmaba Su corazón. Él estuvo en silencio durante 10 años.
         El rumor sobre Él se difundía cada vez más, porque cada vez más personas venían a verle. «¡Pues, todos los profetas hablan, pero éste no dice nada!», pensaban ellos.
         No obstante, el Profeta seguía guardando silencio. Y las palabras que hubiera querido revelar a las personas quemaban Sus labios y el Amor de Dios colmaba Su corazón. Él no habló durante 10 años más.
         Su silencio atraía a más personas que los discursos de los otros.
         Un día vino un joven. Él no buscaba ningún provecho material de la respuesta del Profeta. Él preguntó: «¿Qué palabra escondes Tú detrás de Tu silencio?».
         Entonces el Profeta dijo: «¡Purifíquense!».
         Y enseguida empezaron a llegar personas para purificarse de sus pecados.
         Uno dijo: «¡Estuve enojado ayer, purifícame!».
         Otro dijo: «Engañé ayer al negociar. Mentí. ¡Purifícame!».
         El tercero dijo: «Era altivo y me entregaba a la vanidad. ¡Purifícame!».
         Pero el Profeta se sumergió en el silencio otra vez. Llegaban las mismas personas, se arrepentían de nuevo de los mismos pecados y volvían a pecar.
         El Profeta guardaba silencio.
         «¿Por qué no quieres purificarnos?», Le preguntaron.
         Él contestó: «¡La purificación no ocurrirá hasta que el arrepentimiento sincero lave completamente aquella imperfección del alma que da origen a cierto pecado!».
         Y se sumergió otra vez en el silencio.
         Solamente fluía el Río de la Luz Viviente, donde todos los pensamientos son visibles y todos los actos son evidentes. El Profeta permanecía en aquel Río y esperaba a aquellos que viniesen a Él a purificarse. El Río fluía y el tiempo pasaba.
         La gente escuchaba Su silencio, Su profunda tranquilidad y aparecieron aquellos que Le comprendieron, aquellos que vinieron a purificarse.
         El fuego de la vergüenza les quemaba. No podían ellos levantar sus ojos y no se atrevían a hablar. El fuego de la vergüenza les quemaba y las imperfecciones del alma desaparecían en éste.
         El Profeta lavaba a los que llegaban con el agua pura y no había en Su cariñosa mirada ni un solo signo de reprobación.
         ¡El Río de la Luz Sagrada fluía! ¡Las personas entraban en Sus Aguas y se limpiaban de sus imperfecciones para no pecar más!
         El Profeta decía:
         «Es imposible eliminar de inmediato todas las imperfecciones del alma. ¡Quédense y aprendan a purificarse! ¡Todos los defectos del alma deben ser lavados y remplazados por el amor!».
         Además decía:
         «¡Les bautizo en las Aguas del Río, para que luego puedan recibir el Bautismo en el Fuego del Padre!
         »¡El Que viene detrás de Mí traerá el Fuego Divino de Amor a la Tierra! ¡Y sólo el que se ha purificado como alma podrá conocer este Fuego!».
         Así enseñaba el Profeta llamado por la gente Juan.


   *   Cualidades negativas o imperfecciones.



    El Apóstol Andrés el Protocletos


Parábola sobre el Fuego Que No Quema

Dijo Jesús: «¡Existe el Fuego Que no quema!
¡Es el Poder de Mi Padre!».

De los recuerdos del Apóstol Andrés

         Había un hombre. Era un hombre bueno. Él quería ayudar a la gente que vivía en medio de aflicciones, dolores, pobreza y enfermedades. Un día se puso a indagar cómo podría ayudarlos a cambiar sus duras y tristes vidas, pero, a pesar de buscar durante mucho tiempo, no encontró ningún remedio.
         Una vez llegó a saber que existe el Fuego Que no quema. Este Fuego es parecido al fuego de una hoguera, pero al mismo tiempo es diferente, porque allí está el Gran Poder. Este Fuego arde —y es más brillante que la luz del sol—, pero no quema. Y todo lo que desees puede ser cumplido por este Gran Poder.
         El otro día el hombre bueno oyó que vino a la Tierra un Maestro en Quien ardía el Fuego Divino y Que fue enviado por Dios Padre.
         Todo lo que decía aquel Maestro se cumplía. Tocaba a un ciego y decía: «¡Ve!», y el ciego recuperaba su vista. Tocaba a un paralizado y decía: «¡Levántate y anda!», y él se levantaba y caminaba. Aquel Maestro tenía el Gran Poder para resucitar a los muertos y para sanar a los enfermos. Sabía los misterios de la vida y los misterios de la muerte. Transmitía el Conocimiento, proveniente de Dios Padre, acerca de cómo debemos vivir en la Tierra.
         Entonces el hombre bueno decidió encontrar a aquel Maestro y averiguar cómo se podría obtener el Poder del Fuego Que no quema, para ayudar a los necesitados, a los enfermos, a los pobres y a los débiles.
         Durante mucho tiempo caminaba él y su Meta luminosa le guiaba. Finalmente, encontró a aquel Maestro.
         ¡Vio que, cuando el Maestro caminaba, el Fuego Que no quema también caminaba en Él! Miró atentamente, pestañeó y ya le pareció que no hubo ningún Fuego. Otra vez miró y otra vez vio la Llama Resplandeciente.
         ¡Los vestidos del Maestro eran sencillos, al igual que las palabras que decía, como si no fuera Él el Gran Mesías!
         La Luz del Amor emanaba de los ojos del Maestro. Y aunque hablaba suavemente, cada palabra resonaba en el corazón y quedaba para siempre en el alma.
         El hombre bueno caminaba junto a la muchedumbre que seguía al Maestro y escuchaba Sus predicas. Una vez vio cómo, después de sanar a alguno, el Maestro dijo: «¡Anda y no peques más!».
         El otro día el hombre bueno se decidió a pedir al Maestro que le diera el Fuego Que no quema, para poder sanar a los cojos, devolver la vista a los ciegos y resucitar a los muertos. ¡Para poder, por lo menos de alguna forma, mitigar los dolores de la gente!
         El Maestro le contestó: «¡Aquí está el Fuego! ¡Tómalo!».
         Pero el hombre bueno no pudo tomarlo, pues no supo cómo. Entonces se quedó con el Maestro y Le siguió junto con otros discípulos. Aprendía de Él, pero no durante días o meses, sino durante años.
         El tiempo pasaba. El hombre bueno empezó a ver un Mar entero del Fuego Resplandeciente, pero todavía no podía tomarlo.
         El Maestro le dijo:
         «¡Sólo aquel que se convierte en el Fuego puede llevarlo! ¡Sólo un corazón puede contener el Mar del Fuego Que no quema! ¡Sólo una Persona Transformada puede llegar a ser la fuente del Fuego Celestial en la Tierra!
         »Pero este Fuego no arde para sanar los cuerpos y devolver las almas en éstos. ¡Las sanaciones milagrosas son solamente las Señales del Poder del Padre Celestial, Señales que Él da a las personas para que sepan de Quién proviene el Fuego que arde y de Quién proviene la Voluntad que obra!
         »¡El cuerpo no es eterno! Es como una veste que el alma se pone cada vez que visita la Tierra. Y cada vez que deja la Tierra se la quita. Todo esto sucede hasta que el alma llegue a ser tan pura y bella que merece entrar en el Aposento del Padre Celestial. ¡Lo puede hacer siempre y cuando se haya convertido en la Luz del Amor, idéntica a la Luz del Padre!
         »¡El Fuego Que no quema arde en la Tierra con el propósito de que las personas vean esta Luz y deseen transformarse! El Fuego arde para que ellas lleguen a saber cómo sucede esta transformación: ¡el amor cordial se convierte en esa Luz Que es la esencia del Camino hacia el Padre!».
         ¡El hombre bueno comprendió que no se debe sanar los cuerpos, sino, primeramente, las almas humanas! ¡Para que aquellos que no ven la Luz del Padre recuperen la vista! ¡Para que aquellos que han sido debilitados por sus imperfecciones y flaquezas puedan ponerse en el Camino que transforma las almas y las lleva a Dios!
         ¡Durante mucho tiempo, el hombre bueno cultivaba el Amor, la Sabiduría y el Poder, con el propósito de que su corazón espiritual fuera capaz de llevar dentro el Fuego Que no quema!
         ¡Y llegó el día en el que su corazón se llenó del Fuego Celestial! ¡Pues, el único recipiente en el cual puede arder en la Tierra el Fuego Que no quema es el corazón espiritual transformado, afectuoso!
         Desde aquel momento, cuando caminaba el Hombre bueno, el Fuego Que no quema también caminaba en Él.
         Pronto Él empezó a buscar los corazones preparados para recibir este Fuego.
         Se difundió por la Tierra el rumor de que existe un Maestro, enviado por Dios Padre, Que sabe los misterios de la vida y de la muerte y transmite el Conocimiento de Dios acerca de cómo debemos vivir en la Tierra.


    El Apóstol Andrés el Protocletos


Parábola sobre la Voz del Corazón

Dijo Jesús: «¡No mires con desden a este hombre,
pues grande es la hazaña de aquel
que empezó a transformar
el mal en el bien dentro de sí!».

De los recuerdos del Apóstol Andrés

         Había un hombre que no era pobre ni rico. Y no se distinguía mucho de otras personas que vivían alrededor. No era joven, tampoco era viejo.
         Era un alma débil. Y aunque tenía dentro de sí las semillas del bien, éstas no germinaban.
         Ese hombre vivió como todos a su alrededor. Fue gobernado por sus antojos y vicios*  y encadenado por sus miedos y debilidades. Y no se sintió bien. Su vida pasaba en colores grises, sin alegría y sin logro alguno.
         Cada día, antes de dormir, aquel hombre pensaba: «¡Mañana actuaré mejor, mañana resistiré a mis debilidades y vicios!».
         Pero al día siguiente, como siempre, sus antojos y vicios le controlaban, sus miedos y debilidades le encadenaban.
         Llegó el día en el que pensó: «¿Por qué no puedo vivir como yo mismo quiero? ¿Por qué no actúo como debo actuar? ¿Por qué estoy gobernado por mis vicios y encadenado por mis miedos?».
         Se puso a reflexionar y no encontró razón alguna para no vivir como consideraba justo y para no actuar como sabía que era correcto.
         Entonces preguntó a Dios:
         «¡Mi Padre y Creador! ¿Por qué no puedo vivir como yo mismo quiero y actuar como yo mismo considero correcto? ¿Por qué me he convertido en un esclavo de mis vicios, antojos, miedos y debilidades? ¿Cuál es la razón?».
         Y Dios le contestó:
         «¡No hay ninguna razón para esto! ¡Tienes derecho a actuar como quieres actuar!».
         «Entonces, aconséjame, ¿qué debo hacer para que mis vicios y debilidades dejen de controlar mi vida?».
         «¡Antes de hacer o decir algo, escucha la voz de tu corazón espiritual y haz como éste te diga! ¡En este caso, superarás tus debilidades y miedos y te liberarás de tus vicios y antojos!».
         El hombre decidió seguir firmemente este consejo de Dios.
         A la mañana siguiente, se levantó con la firme resolución de aconsejarse con su corazón espiritual antes de hacer o decir algo.
         Cada día su padre viejo le decía palabras ásperas, le regañaba y le refunfuñaba. Declaraba que su hijo no servía para nada y que toda la generación de los hijos de los hombres vivía incorrectamente. También enumeraba todas sus ofensas y dolores y culpaba a su hijo de todo lo que él hizo mal o no hizo.
         Como siempre en la mañana, el padre empezó a criticar a su hijo.
         De aquellos insultos e injurias, el hijo montó en cólera. Estuvo a punto de responder al padre con palabras mordaces de manera habitual, pero se acordó del consejo de Dios.
         El corazón tuvo tiempo para susurrar: «¡Detén las palabras ofensivas e iracundas, pues tu padre te ama y se aflige con tus problemas! ¡Y tú también le amas! ¡Detén la indignación y pídele perdón!».
         Entonces en respuesta a los insultos y las injurias del padre, el hombre se inclinó ante él y le dijo: «¡Perdóname!». Y la ira se apagó. El hombre abrazó a su padre y se fue a resolver sus asuntos.
         El padre se maravilló y de allí en adelante dejó de regañar a su hijo.
         En la tarde, regresando a casa después de un trabajo duro, el hombre compró mucha comida e imaginaba cómo devoraría todos aquellos manjares. Pues, él era propenso a la gula.
         De paso, visitó a una viuda joven que vivía con sus hijos. Aquella mujer le debía dinero, pero no había podido ahorrar lo suficiente para pagar su deuda.
         Hacía mucho tiempo que el hombre quería decirle que le perdonaría aquella deuda. Y en ese día se decidió por fin a hacerlo. Llegó a la casa de la pobre viuda y le dijo que perdonaría su deuda. La viuda, agradeciendo, se inclinó ante él. El hombre ya estaba a punto de marcharse, pero el corazón le susurró suavemente: «¡Deja la comida que compraste para ti a los niños! ¡Esto les hará felices!».
         El hombre a duras penas logró cumplir lo que el corazón le aconsejó. ¡Pero cuando regaló los manjares a los niños, quienes empezaron a bailar de alegría, entonces también en él surgió una inmensa alegría! ¡Caminó hasta su casa con ligereza, colmado de felicidad, sin sentir sus pies! ¡Y el corazón como si cantara una canción en el pecho!
         

* * *
         El hombre no siempre lograba percibir la voz del corazón y cumplir lo que éste le susurraba. Pero día tras día trataba de vivir más y más como éste le aconsejaba y día tras día sus antojos y vicios le controlaban menos, sus miedos y debilidades le encadenaban en un grado menor. ¡Las semillas del amor cordial comenzaron a germinar en el alma!
         Una vez, paseando, el hombre de repente vio cómo muchas personas fuertes y malas golpeaban a un joven bueno. Y la gente que pasaba de cerca solamente aceleraba su paso, se volvía de espaldas y se apartaba sin intervenir, para no convertirse también en una víctima.
         Nuestro hombre no era muy valiente. También quiso pasar de lado, como si fuera un asunto ajeno. Pero el corazón ya no susurraba, sino que gritaba: «¡Si no lo ayudas, matarán al joven! ¡Pero tú puedes salvarlo!».
         Nuestro héroe estuvo muy asustado y no lograba superar su miedo. No podía irse, pero tampoco era capaz de ayudar.
         El corazón no se callaba: «¡Sálvalo rápido!».
         Entonces el hombre empezó a llamar a Dios, porque no podía vencer su miedo. Y no lo hizo en su interior, sino que a plena voz gritó: «¡Dios! ¡Ven acá! ¡Dios! ¡Ven acá!».
         Las personas que pasaban de cerca se detuvieron de asombro. También se acercaron los que estaban lejos. De todos los lados comenzó a llegar la gente para averiguar qué pasaba y qué Dios tenía que ver con todo esto. Se reunió tanta gente que los maleantes se asustaron, dejaron al joven y huyeron rápidamente.
         El muchacho se levantó y agradeció al hombre, diciendo: «¡Eres tan valiente! ¡Me salvaste!».
         El hombre continuó su viaje a casa y su corazón en el pecho brillaba como sol y decía: «¡El Amor es más fuerte que todos los miedos!».
         El tiempo pasaba y la vida del hombre se volvía cada vez más alegre y feliz.
         Era un día de domingo. Él se fue a pasear y se encontró con la viuda, a la que había perdonado su deuda. Ella le sonrió y se inclinó ante él.
         El hombre se embobó mirando su belleza. Pues, le interesaban mucho las mujeres, aunque él consideraba su lujuria sexual como un gran pecado.
         Entonces empezó a volverse de espaldas para no verla, pero se acordó del corazón y pidió su consejo.
         El corazón le dijo:
         «Mira con amor y atención y pregúntate a ti mismo si amas a esta mujer».
         Miró el hombre y todo dentro de él se encendió de amor.
         Dijo al corazón:
         «¡No existe una mejor que ella! ¡Le daría todo!».
         «Entonces ¿por qué te afliges? ¡No es una lujuria cuando quieres dar al otro en vez de recibir para sí! ¡Es el amor que se ha despertado en ti! ¡Anda y dile que la amas!».
         Así hizo el hombre. Se acercó y le dijo: «¡Te amo! ¡Cásate conmigo!».
         Todos sus conocidos y todos sus vecinos empezaron a criticarle: «¡Qué tonto! ¡Recién ha comenzado a tener éxito en sus negocios y podría conseguir una novia rica! ¡Pero quiere casarse con una viuda que nada le negaría sin casarse y que, además, tiene hijos!».
         No obstante, el hombre no daba oídos a aquellas críticas y escuchaba la canción de su corazón: «¡Cuando das felicidad, felicidad recibes! ¡Con dinero nunca comprarás esto!».
         ¡El corazón del hombre llameaba con amor cada vez más y transformaba sus palabras y actos!
         ¡Pronto él se casó con la viuda y su mutuo amor cordial comenzó a iluminar su vida y a calentar su casa! Empezaron juntos a educar a los niños y a respetar a sus padres.
         El hombre agradecía a Dios: «¡Mi Padre y Creador! ¡Tu consejo transformó mi vida y me dio tanta felicidad! ¡Vencí mis antojos y vicios, superé mis debilidades y miedos!».
         Dios le respondió: «¡El que ha aprendido a escuchar la voz de su corazón espiritual puede alcanzar aún más que esto! ¡Pues, esta voz es la voz del Amor! ¡Y todo lo que se hace y se crea con amor viene de Mí! ¡Porque Yo soy el AMOR!».


   *  Defectos o imperfecciones del alma.



    Huang


Parábola sobre la Flor Dorada,
sobre el Río de Amor
y sobre el Jardinero Inmortal

         Muchas leyendas aparecieron sobre el misterio de la Flor del Corazón. Algunas de éstas la llaman la Flor de la Vida, otras, la Flor Dorada, las terceras afirman que es la Flor de la Inmortalidad. Todos estos nombres no son casuales, sino que reflejan el dichoso aroma de aquella Flor y levantan el velo que oculta su misterio…
         En un pequeño valle, escondido en las montañas, vivía un hombre. Su vida pasaba en tranquilidad y alegría. Muchos le llamaron santo, otros, monje, otros, Iluminado.
         No obstante, él mismo nunca se decía ni se creía así.
         Él a veces se llamaba jardinero, aunque no tenía ningún jardín y cultivaba solamente una flor, la Flor Dorada del Corazón Espiritual, Flor que da la Inmortalidad.
         Aquel hombre vivía en sencillez. ¡Vivía y se alegraba del mundo circundante que contemplaba! Era amigo de las montañas que le rodeaban, de los vientos que pasaban sobre su pequeño valle, de las hierbas y de las flores que se abrían allí en la primavera y adornaban su morada durante todo el verano. Él tenía amistad con las estrellas que le sonreían en la noche y con el sol que le daba calor durante el día…
         A veces diferentes animales venían a verle; eran sus amigos. O llegaban las personas que necesitaban su apoyo y sanación. Él ayudaba a todos y nunca rechazó a nadie.
         Así vivió él durante muchos años. Y cuando su Flor Dorada creció y llegó el tiempo, se fue al lugar donde habitan todos los Inmortales y se convirtió en el Jardinero Que siembra las semillas y luego cuida los retoños de los cuales brotarán nuevas Flores Doradas.
         En la memoria de las personas, quedaron las historias acerca de su Flor que concedía la Inmortalidad y también historias acerca de la Fuente del Río del Amor, Río que fluía y alimentaba aquellas Flores.
         

* * *
         El misterio de la Flor de la Vida atraía a muchas personas. Ellos subían a las montañas para hallarla. Encontraban varias flores, las arrancaban y hacían de éstas diferentes polvos, infusiones, tisanas y ungüentos. No obstante, aquellos mejunjes y brebajes no daban la Inmortalidad a nadie.
         Otros pensaban que el poder milagroso estaba oculto en las raíces y las desenterraban, matando en vano aquellas tiernas criaturas.
         Nadie lograba encontrar la Flor Dorada ni comprender su misterio.
         Una vez un joven llegó a aquel lugar. Su amada estaba gravemente enferma y le dijeron que moriría. Sin embargo, un sanador le aseguró que la Flor de la Vida podría salvarla.
         Entonces el joven viajó a las montañas y encontró allí una hermosa flor. ¡Su corola era tan tierna que el joven pensó que ésa era la Flor de la Vida! Él se arrodilló para arrancarla, pero no pudo. ¡Su compasión hacia la vida era tan grande que no le permitió destruir aquella belleza! Los brazos del joven cayeron y susurró: «¡Perdóname!». Y no fue claro a quién lo dijo, a su amada o a la flor.
         En aquel momento sonó una Voz: «¡El que respeta la vida merece ayuda!».
         Era la Voz del Jardinero Divino. Pues, como todos los Inmortales, Él podía aparecer en cualquier lugar y en cualquier tiempo.
         El Jardinero irradiaba Luz y Tranquilidad. Cada movimiento Suyo reflejaba Su Éxtasis Supremo.
         «¡Me alegra que te hayas apiadado de esa flor!», dijo Él.
         «Pero mi amada está muriendo», el joven susurró casi imperceptiblemente.
         «¡Te dijeron que deberías darle la Flor de la Vida, pero es imposible arrancarla y llevarla! ¡Sólo se puede criar esta Flor en el propio amor cordial nutrido por el Río del Amor!».
         «¡Pero mi amada está muriendo ahora! ¡No tengo tiempo para criar esta Flor!».
         «No te aflijas. Te ayudaré. Mira, allí está la Fuente del Río del Amor y allí también corre un pequeño y limpio arroyo. Toma su agua en tus manos y, desde tu corazón espiritual, dile a ella: “¡Te amo!”. Después riega esta agua sobre la flor y dile también: “¡Te amo!”. Pasará algún tiempo y en los pétalos aparecerán gotas de rocío. Recoge aquellas gotas y llévalas a tu amada. ¡Esto será suficiente para curarla! Y mientras estés esperando que aparezcan gotas en los pétalos, ¡entra en el Río de la Luz e intenta comprender las Leyes del Amor, siguiendo las cuales, uno puede vivir felizmente en la Tierra!».
         Luego el Jardinero le explicó cómo sumergirse en el Flujo de la Luz Viviente del Río del Amor y desapareció.
         El joven estuvo durante mucho tiempo en aquel Flujo escuchando el Río Viviente, cuyas corrientes le contaban sobre los misterios de la existencia y sobre las leyes de Tao.
         ¡Él comprendió que el amor es lo que transforma la vida del hombre y que aquel que no tiene amor cordial no puede entrar en el Río Viviente! Las almas sin la luz del amor no son capaces de percibir y de experimentar el Flujo del Amor y, por lo tanto, están privadas de la felicidad.
         ¡En cambio, aquellos que viven entregando y regalando su amor permanecen y crecen en el Flujo del Río del Amor, en el cual están la Luz, la Alegría y el Éxtasis! ¡Y sólo estas personas pueden ser felices!
         Cuando el joven comprendió todo esto y se transformó, aparecieron en los pétalos unas gotas transparentes. Él las recogió cuidadosamente y se fue para donde su amada. La chica tomó el remedio del Jardinero y se recuperó.
         ¡De allí en adelante, ellos vivieron en tranquilidad y felicidad, pues su vida pasaba en el Río del Amor!
         Cuando su hijo creció y se hizo joven, decidió agradecer al Jardinero Inmortal por la curación milagrosa de su madre y por la vida dada a ella, y entonces también a él.
         Emprendió el viaje para encontrar aquel pequeño valle escondido en las montañas.
         Subía cada vez más y se maravillaba de la belleza que se abría ante sus ojos. Le saludaban las cimas majestuosas iluminadas con el sol. Lo abrazaba un viento suave que volaba sobre toda esta inmensidad. Las flores, que decoraban el valle, le regalaban su aroma. Él seguía caminando y las estrellas le sonreían en la noche y el sol iluminaba cada día suyo.
         Pronto encontró el pequeño valle en el cual durante cierto tiempo vivía el Jardinero Inmortal. Además, encontró la Fuente que daba origen al Río del Amor.
         Pensó en aquel momento: «¡Quisiera yo también que mi Flor Dorada creciese para poder luego contar a la gente sobre el Camino que lleva a la verdadera felicidad!».
         En ese mismo instante, vio al Jardinero Inmortal.
         Él dijo: «¡Que sea como tú deseas! ¡Porque no sólo sueñas con el bien para ti, sino también para los demás! ¡Te mostraré cómo —desde el Silencio de Tao— en el corazón espiritual del hombre puede abrirse la Flor de la Vida! ¡Te mostraré las Profundidades en las cuales se oculta su raíz! ¡Y entonces podrás criar tu propia Flor y contar a las personas sobre su misterio, el misterio de la Flor Dorada del Corazón que crece desde el Tao Infinito y se abre en el alma humana! ¡Tú también podrás convertirte en un Jardinero Inmortal!».


    Sulia


Parábola sobre el Amor

        Había un hombre. Una vez él oyó que Dios es Amor y decidió ir a buscar ese amor. Empezó a escuchar lo que la gente decía al respecto.
         

* * *
         Oyó lo siguiente:
         «¡Yo amo la carne!», dijo uno. Luego se fue y acuchilló un cordero, después lo frió y comió su cuerpo.
         «¡Yo amo la caza! ¡Puedo acertar en cualquier ave en el vuelo! ¡Puedo encontrar cualquier bestia en la espesura del bosque, matarla y sacar su piel!», dijo otro.
         «Qué oportuno, porque yo amo llevar pieles», dijo una guapa.
         «¡Y yo amo las flores!», añadió otra. Ella solía poner muchos ramilletes en floreros y contemplar su muerte, su marchitamiento.
         ¡Y qué pena que las flores sin raíces se han convertido en un símbolo de amor y de belleza!
         Otro hombre expone:
         «¡Yo amo tanto a mi mujer y mi pasión por ella es tan fuerte que la mataré si de repente me traiciona con otro!».
         Un caudillo añade:
         «¡Yo amo la gloria más que a todas las mujeres! ¡Por un momento de ésta, estoy dispuesto a dar todo!». Y él busca enemigos para enviar su ejército a morir. Por unos momentos de gloria, está dispuesto a perder vidas humanas.
         Un emperador dice:
         «¡Yo amo el poder! ¡Yo dicto las leyes para mi país! ¡Todos tienen que satisfacer mis deseos! ¡Y todo sea según mi voluntad! ¡Yo ejecuto y yo perdono! ¡Yo empiezo la guerra y yo establezco la paz!».
         Además, el hombre oyó:
         «¡Nosotros amamos a Dios! ¡Por nuestra fe estamos dispuestos a morir! ¡Por nuestra fe estamos dispuestos a matar!».
         

* * *
         Se horrorizó el hombre por todo lo que oyó y exclamó: «¡Esto no puede ser el amor!».
         Y las montañas resonaron: «¡Esto no es el amor!».
         Y comenzaron a susurrar las hojas: «¡Esto no es el amor!».
         Y exclamaron las aves: «¡Esto no es el amor!».
         Y sonaron los ríos: «¡Esto no es el amor!».
         Y el océano retumbó: «¡Lo que uno quiere para sí y derrama la sangre del otro no es el amor!».
         Entonces, el hombre se dirigió a otro lugar.
         

* * *
         Llegó a un país y vio allí un niño bondadoso. Le preguntó:
         «¿Qué es lo que amas?».
         «¡Yo amo a mi madre y a mi padre! ¡Amo este claro en el bosque, lleno de flores! ¡Amo también este río y estos árboles! ¡Amo cantar y bailar, trabajar y jugar! ¡Todos se alegran de mi amor! ¡Y todos me aman!».
         El hombre continuó su camino y vio un enamorado, a quien también preguntó sobre el amor. En respuesta el enamorado repitió las palabras que una vez dijo a su amada: «¡Sé feliz, mi amor! Aunque estés con otro, te repito otra vez: ¡Sé feliz, mi amor! ¡Sé feliz! ¡Que sepas que me alegro por ti!».
         ¡El hombre caminó más y vio un bello jardín, como si la tierra misma hubiera florecido! Vio un campo paniego y al que cultivó todo esto. Le preguntó:
         «¿Qué es lo que amas?».
         «¡Amo esta tierra! Hago jardines, cultivo trigo y flores y éstos me dan sus frutos, su belleza y su aroma. ¡Aquel que ha hecho un bello jardín y a todos ha dado su amor comerá maravillosos frutos!».
         El hombre continuó su viaje por el país donde reinaban orden y paz y vio prosperidad y abundancia en la vida de aquel pueblo.
         Finalmente, llegó al gobernante de aquel país y le preguntó, ¿qué era lo que amaba?
         El sabio gobernante le contestó:
         «¡Amo a mi país y a todos sus habitantes! ¡Estoy dispuesto incluso a sufrir humillaciones de mi persona para prevenir la guerra y afianzar la paz para mi pueblo!».
         El hombre continuó su camino. Escuchaba y observaba.
         Y un día se encontró con el Maestro del Alma que amó a Dios con todo su corazón.
         Entonces, le preguntó:
         «Dime, ¿cómo ama Dios, cómo es Su Amor? ¿Cómo conocerlo y cómo distinguir lo que es el amor y lo que no?».
         El Maestro le respondió:
         «¡En el amor no puede haber ningún deseo para sí! ¡Todo aquello que contiene tal deseo no es el amor, sino la pasión, los antojos y los caprichos! ¡El amor es el fundamento del universo! ¡Y también es la luz del alma!
         »Me preguntas, ¿cómo ama Dios?
         »¡El agua fluye y da de beber a todos! ¡Así ama Dios!
         »¡La Tierra cuida y sostiene a todas las criaturas! ¡Así ama Dios!
         »¡El sol brilla e ilumina todo con su luz y a todos! ¡Así ama Dios!
         »¡Tú también debes tratar de amar y siempre expresar tu ternura a los demás!
         »¡Si cultivas el amor dentro de ti, un día podrás experimentar y ver a Dios!».


    Sulia


Parábola sobre el Maestro

        Vivía en la Tierra un Maestro. En Unidad con Dios vivía Él.
         Muchas personas venían a verle.
         No obstante, Él enseñaba sólo a aquellos cuyo anhelo era conocer la Verdad.
         Pero muchos otros simplemente Le preguntaban ociosamente.
         «¿Cómo podemos saber que eres un Maestro verdadero y que Tus Enseñanzas son correctas? ¿Cómo podemos estar seguros de que eres mejor que los otros, quienes enseñan y hablan de otra forma? Pues, unos dicen que hay que quitarse la gorra al entrar en un templo y otros, por el contrario, que hay que ponerla.
         »¡Y cuántos dioses y enseñanzas diferentes existen! ¡Y cada creyente afirma que la verdad es sólo suya y que aquel que adora a otro Dios o rinde culto de otra forma es un pecador!
         »¿Cómo podemos llegar a comprender todo esto? ¿En qué debemos creer?
         »¿Y qué es lo que conseguiremos al adorar Tu Dios?».
         El Maestro les contestó:
         «¡Sí, hay Dios! ¡Uno para todos! ¡Sus nombres son el Amor, la Vida y la Existencia! ¡También es el Creador de todo, Creador Que da lugar a cada cosa manifestándola con Su Poder!
         »A veces Le llaman de modo diferente sólo porque las personas Le adoran en diferentes idiomas.
         »El conocimiento que la gente tiene sobre Dios es bastante incompleto. Muchas “enseñanzas” y muchos “maestros”, habiendo tomado de la Integridad un pequeño fragmento, enseñan sobre Dios sólo lo que ellos mismos saben y lo que no saben, tratan de declararlo inexistente.
         »Ahora vamos a vendar los ojos de las tres personas y a hacerles tocar un elefante. Con la particularidad de que ninguno de ellos lo había visto antes».
         Y el Maestro vendó los ojos de las tres personas. Al primero le dejó tocar la cola del elefante, al otro le dejó tocar su pata y al tercero, su trompa. Después cada uno de ellos describió con éxito sus sensaciones. ¡No obstante, resultó que sus descripciones fueron totalmente diferentes, a pesar de que era un solo elefante!
         Pero las personas seguían con sus preguntas: «¿Cómo es Dios? ¿Dónde está? ¿En qué templo debemos buscarlo? ¿En qué debemos creer, cómo orar y cuáles son los sacrificios que debemos ofrecerle a Él?».
         En respuesta el Maestro repitió palabras sencillas, las mismas que todos los otros Maestros decían siglo tras siglo. Las repitió para que las personas por fin entendieran.
         «¡Dios es Amor! ¡Él enseña a amar, y no a pedir u orar!
         »¡Él no exige cultos ni oraciones ni sacrificios!
         »¡Él da vida, Él da Su Amor y dirige el desarrollo de todo!
         »¡Sus corazones espirituales son el templo donde cada uno de ustedes puede conocerlo! ¡Pues, cada uno puede convertir su propio corazón en un bello templo, lleno de amor y de gratitud! ¡Este templo crecerá año tras año y con el tiempo perderá sus límites!
         »¡Porque el amor no tiene límites! ¡Éste crece y se expande, percibiéndose cada vez más en todo aquello a lo que ama!
         »Si es tan importante para ustedes decir palabras, digan así: “¡Te amo, Padre!” y “¡Te agradezco!”».
         

* * *
         Entonces los discípulos del Maestro Le preguntaron sobre la gratitud a Dios.
         El Maestro les contestó así:
         «El mandamiento más sencillo que cada persona puede cumplir es agradecer. ¡Agradezcan sinceramente por cualquier cosa que reciban y respondan con el bien! ¡Entonces se transformarán sus vidas, almas y destinos!
         »El que es capaz de agradecer por todo lo que Dios le envía obtiene de una vez tres virtudes: amor, humildad y paciencia. ¡Y el que siempre trata de cumplir este mandamiento vive y crece en el Amor de Dios!
         »¡No hay razón para afligirse, porque todo lo que el Padre ha creado es bello!
         »¡Siempre y por todo agradézcanle a Él!».
         Uno de los discípulos preguntó:
         «Pero ¿cómo, entonces, debe actuar aquel cuya vida está llena de sufrimiento? ¿Acaso debe agradecer al Padre por este castigo?».
         El Maestro contestó:
         «¡El sufrimiento purifica las almas y las libera de la pesada carga de pecados cometidos, especialmente si uno se arrepiente de una forma correcta!*  ¡Así que, por el sufrimiento también debemos agradecer al Creador!
         »¡Es especialmente importante recordarlo cuando desgracias y calamidades vienen a nuestras vidas!
         »¡Nosotros mismos las provocamos! ¡No es Dios Quien nos castiga, sino que son nuestros propios actos incorrectos, realizados en el pasado los que provocan nuestras desgracias! ¡Dios, en cambio, nos ayuda a limpiar nuestros destinos! Esto sucede cuando el mal que hemos causado a los demás vuelve a nosotros.
         »Ayer sajé el absceso que tenías en tu cuerpo. El dolor que te causé, sajándolo, te lo causé para tu bien, para la curación de tu cuerpo. ¡Tú Me agradeciste por la curación! ¿No te sorprende que Me estuvieras agradeciendo por el dolor? ¡Pues, es porque sabías que aquel dolor fue para tu bien, para la sanación de tu cuerpo!
         »¡Que seamos capaces de recibir con gratitud el dolor que viene del Sanador Principal de todas las almas!
         »Al llegar a la Tierra, uno tiene que enjugar la deuda de su pasado vicioso. ¡Y podrá vivir en el bien siempre y cuando no esté en deuda con nadie!».
         Otro discípulo preguntó:
         «Pero ¿con qué podemos pagar las deudas del alma?».
         «¡Con el amor! Existen tres mandamientos sencillos: “¡Ama! ¡Agradece! ¡Haz el bien!”. ¡Aquel que siempre trata de cumplirlos vive y crece en el Amor del Creador! ¡Y este Amor le ayuda a superar todos los problemas de la existencia!
         »¡Si uno vive dando y agradeciendo, lava con el amor sus errores del pasado!».
         

* * *
         Los discípulos preguntaron al Maestro:
         «Unas enseñanzas dicen que el hombre es Divino, otras, que es simplemente polvo, un amontonamiento del pecado. ¿En qué debemos creer?».
         El Maestro levantó de la tierra una semilla y la mostró a sus discípulos.
         «Aquí está una semilla. Unos Me pueden decir que será un árbol; otros, que es simplemente un grano de polvo que el viento, jugando, lleva. ¿Quién tiene la razón?
         »¡Pues, una semilla contiene todo lo que puede convertirla en un árbol! Pero hasta que germine, se enraíce y se transforme de un brote en un árbol, de la posibilidad de la existencia en la existencia, será un diminuto grano de polvo, que el viento, jugando, lleva.
         »Así es el hombre. ¡Él puede llegar a ser Divino no solamente porque tiene dentro las semillas de la Divinidad, sino porque el Amor Perfecto se ha arraigado en él, crecido y se ha convertido en un Árbol, transformando toda su esencia!
         »Una semilla puede crecer convirtiéndose en un árbol. ¡Asimismo un hombre puede crecer convirtiéndose en Dios! ¡Cada uno tiene esta gran oportunidad!
         »¡Pero no es nada más que oportunidad!».
         

* * *
         Una vez los nuevos discípulos preguntaron al Maestro:
         «¿Cómo podemos estar seguros de que, siguiendo Tus Enseñanzas, conoceremos la Verdad?».
         El Maestro contestó:
         «Aquí está la miel del panal. Es dulce. ¡No obstante, por más que Yo hable de su dulzura y por mucho que ustedes crean en Mis palabras, esto no les servirá de nada! ¡Lo que sí les servirá es probarla! ¡Y cuando la prueben, sabrán con toda seguridad que es dulce!
         »¡Lo mismo pasa con el Conocimiento! ¡No será de mucha utilidad para ustedes creer ciegamente en Mí o en cualquier otro, ni tampoco adorar un libro, que contiene el Conocimiento, en vez de adorar a Dios!
         »¡Ustedes deben confiar en su propia experiencia! Y las palabras son sólo palabras.
         »Imaginen a una persona en un cuarto oscuro. ¡Por más que ella crea en la existencia de luz, esto no será suficiente para ver todo con más claridad!
         »Pero si después de llegar a saber que existe la luz, ella empieza a actuar, puede que encienda el fuego en la oscuridad, de la misma manera como encendemos una vela en la noche. Y entonces podrá ver la puerta y salir del cuarto.
         »¡Sólo el que busca y camina encontrará el paso! ¡Y sólo esta persona podrá abrir la puerta en la infinidad de la Luz!».
         «¡Pero ayer nos dijiste que la fe puede salvarnos y ahora estás diciendo que la fe no sirve de nada! ¿Cómo entenderte?».
         «¡Ayer hablé de esa fe donde se unen el amor hacia el Creador, la confianza en Él y la memoria constante de que Él está siempre cerca!
         »Cuando sabes que el amoroso y atento Padre está aquí, está siempre cerca y que todo lo que necesitas Él te lo dará, y Le agradeces, ¡esto es la fe!
         »¡Con Su Amor, Sabiduría y Poder todo fue creado! ¡Y todo está bajo Su control! Si algo no está como tú lo quieres, hay razones para esto.
         »El Conocimiento es el fruto del amor y de la fe. ¡El Conocimiento crece con los esfuerzos y actos correctos!
         »¡Mientras no veas la Luz, pero quieras obtener esta visión superior, debes creer y trabajar! ¡La fe es un soporte en el Camino! ¡Pues, si no crees que exista la Luz, no podrás escapar de la oscuridad!
         »Pero si sólo crees ciegamente, tal fe no te sanará. ¡Sólo el trabajo incesante sobre uno mismo puede transformar oscuridad en Luz!
         »¡Sin fe es imposible mantenerse en el Camino! ¡No obstante, para adquirir sabiduría, hay que pasar de la fe al Conocimiento!
         »¡Y solamente después de recorrer el Camino entero, podrás conocer la Verdad! ¡El que ha conocido la Luz del Creador ya no teme ni titubea! ¡Esta persona aplicará todos sus esfuerzos para aprender a disolverse en esta Luz y convertirse en Ésta!
         »¡Pero aquel que sólo es capaz de titubear y temer, que espere! Aún no es el tiempo para él o ella ponerse en el Camino.
         »Más tarde, contaré cómo Yo mismo recorrí el Camino entero, qué hallé y cómo llegué a la Unión. ¡Y que trate de seguir Mis pasos aquel que anhela alcanzar al Creador y está dispuesto a aplicar todas las fuerzas del alma!
         »¡Existe la Meta!
         »¡Existe el Camino!
         »¡Existe la Verdad!
         »¡Existe la Luz en este Camino!
         »¡Pero para alcanzar la Unión con Dios, cada uno debe caminar por sí solo!».


   *  Pueden encontrar más detalles de este tema en el libro Las Enseñanzas Originales de Jesús el Cristo (nota del traductor).


    Simeón el Nuevo Teólogo


Parábola sobre el Monacato
y sobre la Meditación Silenciosa*

¡Enséñame a no separarme de Ti, mi Señor!
¡Para que mi cuerpo se llene de Tu Luz Celestial!
¡Para que, en la vida y en la muerte,
estés siempre conmigo!
¡Enséñame a ser Uno Contigo, mi Creador!

Oración usada por Simeón

         Vivía un joven. Su familia era rica y noble. Él estudiaba con éxito varias ciencias, y todos le predecían un futuro brillante en la corte del emperador.
         No obstante, al muchacho le interesaban otras cosas. ¡Él no buscaba riquezas ni aspiraba a fama u honores! ¡Muy a menudo pensaba en el significado de la vida humana, en Dios y trataba de comprender los misterios Divinos de la existencia!
         Él incluso se decidió a pedir a su padre que lo dejara ir a un monasterio para su educación y purificación espirituales.
         Pero su padre se indignó muchísimo de esa petición y le dijo:
         «¡Eres tan joven! ¡Pero a un monasterio sólo van los viejos! ¡O aquellos que quieren hacer penitencia ante Dios por sus crimines! ¡Piensa! ¡Todos los otros caminos están abiertos para ti!».
         El joven le contestó:
         «Pero, padre, ¿por qué tú piensas que sólo en la vejez, ante el umbral de la muerte, es preciso saber sobre Dios y sobre del significado de la vida? ¡Y si no llego a la edad de la vejez, entonces nunca podré comprenderlo!
         »¡Quiero saber del significado de la existencia y de Dios, y no de cómo complacer al soberano o al cortesano! ¡Tampoco quiero saber cómo obtener una mejor posición o cómo multiplicar cien veces tus riquezas!
         »Yo vi aquellos que murieron siendo jóvenes y vi aquellos que murieron siendo viejos. ¡El mismo destino nos espera a todos! Y si uno no sabe para qué vive, ¿qué respuesta dará a Dios cuando llegue la hora de su muerte?».
         No obstante, el padre no permitió al joven ir al monasterio y él obedeció. Pero no dejó su búsqueda del significado de la vida humana y de Dios.
         El otro día fue donde un anciano, el abad de un monasterio. Aquel anciano era muy respetado por todos.
         El abad recibió al joven, quien le contó sobre su anhelo de llevar una vida monacal y sobre la resistencia de su padre. El anciano le miró con ternura y le dijo:
         «Pero si no te atraen las tentaciones mundanas, sino el Amor al Señor, ¿por qué quieres vivir en un monasterio? ¡Viviendo en el mundo, podrás hacer lo mismo que aquí!
         »¿Quién es un verdadero monje? ¡No es aquel que se escondió del mundo en su celda oscura para no ver ni oír a nadie!
         »¡No por estar encerrada en las paredes de un monasterio, un alma se percibe ante Dios!
         »¡Un monje es aquel que dedica al Señor todas sus obras y todos sus pensamientos y anhela purificar el alma ante Él!».
         Entonces el joven pidió al anciano explicarle cómo podría observar el monacato viviendo en el mundo.
         Le preguntó:
         «Dime, entonces, ¿cómo debo vivir de aquí en adelante? ¿A qué renunciar y qué anhelar?».
         El anciano contestó:
         «¡No cedas ante tus debilidades ni al mal en ti! Y lo que es un mal siempre lo sabrás preguntando a tu conciencia. ¡Ella nunca te engañará!
         »¡También renuncia a la pereza y a la ira!
         »¡Renuncia a la verbosidad! ¡No digas palabras en vano y doma tu habla con silencio!
         »¡No ofendas a los demás!
         »¡Y no te sientas ofendido!
         »¡Perdona cuando sean injustos contigo! ¡Resígnate y pide perdón, más aún cuando no tengas la razón!
         »¡Jesús enseñaba a amar al prójimo! ¡Intenta realizarlo en la práctica!
         »Esto será suficiente para empezar».
         Pero el joven preguntó:
         «¿Y cómo debo orar? ¡Pues, los monjes están todo el día ante el Padre Celestial repitiendo en voz alta las oraciones y, a través de esto, obtienen la gracia!».
         El anciano le contestó:
         «Bueno, si quieres estar delante de Dios, te enseñaré una meditación silenciosa, la que puedes hacer siempre.
         »¡Debes aprender a mantener el silencio interior, silencio cordial! ¡Y luego —no ante un icono, sino en tu corazón espiritual— enciende un candil de amor hacia el Padre! ¡Y que el fuego de este amor siempre arda en el silencio de tu corazón!
         »¡Haz siempre todas las obras con paciencia y esmero! ¡Y no dejes de practicar esta meditación silenciosa!».
         Entonces, el joven empezó a tratar de cumplir todo lo que el anciano le dijo. ¡Pero esto resultó ser… muy difícil! Él comenzó a darse cuenta de los momentos en los que no lograba detener la irritación o el enojo. Notaba que decía, con precipitación, palabras superfluas e inoportunas. Se ofendía a menudo cuando otros eran injustos con él. Vio su pereza y muchas veces olvidaba practicar la meditación silenciosa.
         Con todo, seguía trabajando sobre sí mismo.
         Y con el tiempo, aprendió a observar sus pensamientos y actos con tanta atención que se transformó rápidamente.
         ¡De allí en adelante, la meditación silenciosa empezó a llamear con alegría en su corazón y el joven vigilaba que no se apagara! ¡Desde aquel momento, el candil de amor, encendido para Dios, siempre resplandecía en el alma!
         Un día el joven vino donde el anciano y le dijo:
         «¡Al hacer esta meditación silenciosa, me siento tan bien que incluso me parece que Dios Mismo la observa!».
         «Claro que la observa. ¡Dios ve todo y sabe todo, cada pensamiento y cada acto de cada uno! Sólo tienes que pensar en Él y Él estará presto a ayudarte con una respuesta. ¡Es así, porque está siempre cerca y Le agrada tu meditación silenciosa! ¡Pues, haciéndola, no quieres nada para ti, sino que, al contrario, solamente deseas glorificar y agradecer a Dios!».
         En poco tiempo el joven se transformó tanto que incluso su padre se ablandó y le dejó realizar lo que el joven anhelaba, le dejó empezar su aprendizaje en el monasterio con el sabio anciano.
         

* * *
         El sabio le seguía enseñando: «¡Has aprendido la primera meditación silenciosa, la meditación del corazón! Ahora te enseñaré la segunda meditación silenciosa que consiste en la unión del alma con el Espíritu Santo».
         El anciano lo llevó hasta un flujo de los rayos solares que penetraban en el templo a través de una ventana y le dijo:
         «¡Mira, este rayo del sol es parecido a la Luz Sagrada Que emana del Padre!
         »¡El cuerpo del hombre es un templo y Dios es la Luz! ¡Entonces, debes llenar tu templo del Flujo de la Luz Divina!
         »¿Cómo es esta Luz, cuál es Su Naturaleza? Esta Luz es el Amor Que emana del Padre Celestial. Y esta Luz de Amor puede entrar en tu templo a través de tu corazón espiritual, corazón que fue abierto con la primera meditación».
         ¡De repente, el joven experimentó que la Luz era Viva y que era el Flujo del Amor Divino!
         ¡En esta Luz, por un momento, él percibió la Gran Pureza!
         ¡Y por un momento se unió con aquella Luz!
       

* * *
         Desde aquel entonces pasó mucho tiempo durante el cual el joven trataba ardientemente de aprender la segunda meditación silenciosa. No obstante, a pesar de todos sus esfuerzos, no lograba llenarse del Espíritu Santo otra vez, hasta que un día entendió que sólo aquella persona que se haya convertido en Amor, Amor puro, tierno y desinteresado, puede unirse con el Flujo del Amor Divino.
         ¡Pues, lo semejante puede unirse solamente con lo semejante!
         

* * *
         Viviendo en el monasterio, el joven vio que aquí pasaban las mismas cosas que en el mundo: enojo, ofensas, soberbia, envidia… Vio en los hermanos de la hermandad aquello que consideraba inadmisible para un monje. Y su perplejidad iba creciendo.
         Entonces un día se dirigió al anciano, pidiendo su consejo y preguntando cómo podría ayudar a los demás en este caso y cómo debería actuar, para que aquello que observaba no le indujera a reprobación.
         El anciano le contesto:
         «¡Un monje es aquel que aspira al conocimiento de Dios con todos sus pensamientos y con toda el alma!
         »Pero el problema es que el alma no puede liberarse inmediatamente de todas esas envolturas pesadas que durante muchos años se han adherido a ella. ¡Estas envolturas nublan su vista, tapan sus “oídos”, camuflan heridas y defectos y paralizan con su peso, peso que no le permite al alma ver y experimentar la Luz del Señor!
         »¡No es fácil quitar estas envolturas! Por lo tanto, las almas no se sanan ni se purifican muy rápidamente.
         »El que puede ver, sin condenación, dichos defectos y envolturas de almas humanas puede convertirse en su sanador.
         »Pienso designarte para mi puesto de abad, porque pronto tendré que irme.
         »¡Eres joven, pero tu pureza y sinceridad ante el Padre Celestial garantizarán que cuides mejor que los otros a las almas humanas en esta casa del Señor! ¡También aquí podrás ayudar a los que buscan la purificación del alma y el amor hacia el Padre Celestial!
         »Cuando veas que tienes la posibilidad de quitar, por lo menos, una envoltura pesada del alma, sanar una herida suya o corregir algún defecto, ¡hazlo en honor del Señor! ¡De aquí en adelante, éste será tu trabajo principal!
         »Enseña a la gente mundana qué son la paz y el amor. También enséñales a cumplir los preceptos de Jesús.
         »A los monjes de la hermandad, enséñales a estar delante de Dios y a percibirse como almas.
         »Siempre que ayudes a los demás a alcanzar la pureza ante el Padre Celestial, obtendrás la sabiduría.
         »Debes aprender a no condenar, sino a despertar en las almas un anhelo consciente
de deshacerse de los vicios.
         »¡El Señor siempre te indicará el mejor remedio para una u otra alma!».
         El anciano cesó de hablar.
         Pero el joven se atrevió a preguntarle:
         «Una vez has dicho que existe una tercera meditación silenciosa. ¡Cuéntame, por favor, sobre ésta!».
         «Conocerás la tercera meditación cuando te abandones a ti mismo».
         

* * *
         El anciano se marchó y el joven se convirtió en el abad del monasterio.
         A partir de aquel momento, debido a la gran responsabilidad que asumió, él siempre preguntaba a Dios cómo actuar. ¡Y así empezó a escuchar Sus consejos y a ver Su Luz Resplandeciente, parecida a la luz del sol!
         El Espíritu Santo comenzó a fluir a través de él y la sabiduría saturó sus palabras y actos.
         Y entonces dominó la segunda meditación silenciosa, porque el Espíritu Santo estaba en él y, a través de él, hablaba y actuaba.
         

* * *
         Pasó mucho tiempo, durante el cual el nuevo abad ayudó a un gran número de personas a liberarse de las envolturas pesadas que paralizaban las almas y ocultaban la luz. Él sanó muchas heridas y enseñó a muchas personas cómo podrían corregir sus defectos.
         En aquel entonces murió su padre y el abad heredó todas sus propiedades.
         Sin embargo, no entregó aquella riqueza a la hermandad monacal, como muchos lo esperaban. Y no comenzó a cubrir íconos e interiores de templos con oro y con piedras preciosas, sino que abrió una escuela para niños, un hospital y un asilo de ancianos.
         Algunos «monjes» de su monasterio estaban muy molestos con todo esto. Eran aquellos que vivían en el monasterio como en el mundo: buscaban para sí una posición y promoción, la amistad de los poderosos y el respecto de los subalternos. Mas no buscaban en absoluto liberarse de los horribles defectos de las almas.
         Entonces ellos se propusieron expulsar a su abad del monasterio y escribieron una carta diciendo que él estaba seducido por lo impuro. ¡Pues, vio la Luz similar a la luz solar y, supuestamente, escuchaba consejos e instrucciones del Mismo Espíritu Santo! ¡Además, componía himnos dedicados a Dios en la perturbación de su mente!
         Y el abad fue expulsado. Se quitó sus vestidos abaciales y se fue sin tener nada, excepto su segunda meditación silenciosa que aprendió.
         

* * *
         Cuando salía del monasterio, siendo ya un anciano con cabellos blancos, la gente le preguntó: «¿Quién eres?».
         Él les contestó: «Un monje de Dios», y se dirigió hacia la orilla del mar.
         Encontró allí un lugar solitario, una cueva en la montaña, y la habitó.
         ¡Y Dios estaba con él!
         ¡Y él vio a Dios!
         ¡Y escuchaba a Dios!
         ¡Y Dios siempre estaba con él!
         ¡Y el monje siempre estaba con Dios!
         Y cuando él ya no salía de la Unión con la Luz del Espíritu Santo, ¡el Padre Celestial le abrió las puertas de Su Morada!
         ¡Y el alma se vistió con las ropas del Cristo!
         ¡Y entonces conoció la tercera meditación silenciosa! ¡Porque en aquel momento para él no había nada excepto Dios! ¡Sólo Dios era Todo y estaba en todo!
         Desde aquel entonces Dios empezó a vivir en él y realizaba, a través de él, aquello que debería realizar.
         Y las señales de la Gracia Divina se presentaban alrededor del monje.
         La gente comenzó a llamarlo «anciano santo» y el número de los peregrinos creció hasta tal grado que sus seguidores hubieron de construir una nueva morada cerca de la cueva en la que vivió.
         El anciano no rechazaba a nadie y brindaba su ayuda y consejos a todos los que lo pidieron.
       

* * *
         Un día vino un joven y le preguntó:
         «Dime, sabio anciano, ¿para qué has vivido?».
         El anciano le contestó:
         «¡Al principio vivía para conocer el amor cordial!
         »¡Luego vivía para dar este amor a los demás, para enseñarlos a amar! ¡Para que ellos aprendan de nuestro Creador qué es el ocuparse de los otros!
         »Ahora Dios vive en mí y yo en Él. Y aquello que hago, es Él Quien lo hace».
         El joven dijo:
         «¡Enséñame también a vivir así!».
         Y el anciano comenzó a contarle sobre la primera meditación silenciosa.


   *  Esta parábola es autobiográfica.



    Yamamuto


Parábola sobre un Pintor

         Vivía en la Tierra un pintor que tenía el don de ver la belleza.
         ¡Esta habilidad suya maravillaba a la gente! ¡Las personas miraban lo mismo que él, pero no podían notar la belleza hasta que el pintor plasmaba lo que estaba viendo en un cuadro perfecto!
         Este pintor era el gran Maestro de la Belleza y podía reflejar en sus cuadros los hermosos instantes de la Eterna Existencia. ¡Y entonces acontecía un milagro! ¡La Belleza poco perceptible antes se volvía visible para todo aquel que miraba el cuadro!
         

* * *
         Una vez el pintor comenzó a dibujar un retrato de una chica flaca y poco notable. Nadie la había considerado hermosa antes. Y ella misma siempre se sentía muy cohibida por su delicadeza, su ternura y su talle fino…
         «¡Ella es tan fea, tan flaca, y tú vas a dibujarla!», la gente le decía al pintor.
         Pero él no prestaba atención a estas palabras y seguía dibujando. La delicadeza, la gracia, el óvalo suave del rostro y la profundidad de los ojos se reflejaron de repente en el lienzo, creando un aspecto muy bello.
         La chica lo observaba con gran asombro. «¡No puede ser que sea yo! ¡El cuadro es tan hermoso!».
         «Soy solamente un espejo —comentó el pintor sonriendo—. ¡Simplemente te he mostrado tu belleza de alma!
         »¡De ahora en adelante, has de vivir sin ocultarla del mundo!
         »¡Tú —como alma— eres parecida a un bello amanecer! ¡Y debes iluminar con tu ternura y amor todo lo que veas!».
         

* * *
         El pintor vio una anciana y comenzó a dibujar su retrato. Las personas seguían maravillándose y preguntándose: «¿Qué encontró en esta vieja?».
         Pero el pintor dibujó cada arruguita de sus manos como una crónica que contaba sobre una vida larga y difícil, sobre la bondad y el amor, sobre los hijos nutridos con su ternura del alma y sobre los nietos alimentados con su sabiduría profunda. Los ojos de la anciana comenzaron a brillar y, a través de éstos, la luz fluía hacia los que estaban cerca y hacia los que estaban lejos. Esta luz era parecida a un río cuya fuente se encontraba en la bondad cordial.
         ¡Aquel retrato reflejó el amor, la sabiduría y la tranquilidad, manifestando a la gente la vida bondadosa de una gran alma! ¡Y muchas personas se detenían ante aquel cuadro, observando la esencia de una vida que no pasó en vano! Y entonces, el amor de un alma bella los abrazaba como un crepúsculo vespertino.
         El pintor representó todo esto de tal manera que las personas se inclinaron con respeto ante la anciana.
        

* * *
         Luego el pintor comenzó a dibujar a un bailarín. ¡Los movimientos de los brazos, la mirada, la música, el baile, todo se unió! ¡Y el que contemplaba aquel cuadro podía experimentar con el alma las emociones del Amor hacia Dios que aquel bailarín expresaba con su danza!
         

* * *
         El pintor dibujó una gota de rocío sobre una delicada hierbecilla.
         Era simplemente una gota de agua brillando bajo el sol, pero parecía que ella estuviera diciendo: «¡Soy una gota en la infinidad del Amor! ¡La luz del sol se reflejó en mí! ¡Y ahora la paz y la belleza de la Tierra resplandecen en el espejito de mi ternura!».
         

* * *
         El pintor dibujó otro instante bello de la Existencia Eterna.
         En este cuadro estaban el sol, alzando sus rayos sobre el mar y reflejándose en las nubes; las aves, volando desde las tierras lejanas hacia el suelo natal; la orilla del mar, cubierta de arena dorada… ¡La Eternidad se reveló en un instante de Belleza y el Océano Infinito de la Luz de Dios iluminó las almas con la salida del sol! ¡En la grandeza de aquella Belleza se manifestaron los Rasgos Invisibles de su Creador!
         

* * *
         ¡Este pintor tenía una mirada mágica, porque podía ver al Creador detrás de Su Creación! Y manifestando en sus cuadros los momentos hermosos de la Existencia Eterna, ¡él enseñaba a las personas a ver y a amar!


    Radek Volynskiy


Parábola sobre el Gran Boticario
y sobre la Piedra Filosofal*
 
         En tiempos remotos, llamados ahora «Edad Media», corrían en Europa leyendas sobre un Hombre Que vivía eternamente. Nadie supo de qué lugar vino Él ni a cuál iba. A veces Él se convertía en un consejero para los monarcas. En otros casos, se presentaba como un sanador. De cuando en cuando, Sus ideas inspiraban a filósofos, poetas, pintores… Sin embargo, todo esto era simplemente una manifestación de aquello más importante que seguía oculto e indescifrable.
         Hasta ahora podemos encontrar en los manuscritos antiguos la mención de un Amigo Divino, de Quien, después de encontrarse con Él, las personas conocían la Verdad. Muchos creen que es una ficción, pero Él vivió realmente durante muchos siglos para que la comprensión, la conciencia, el amor y el conocimiento del alma y de Dios crecieran entre las personas.
         

* * *
         En aquellos tiempos remotos vivía un chico. Le llamaban Enrique. Era undécimo hijo del dueño del matadero. Sus hermanos mayores ayudaban al padre, mientras que él se quedaba con la madre y le ayudaba en sus labores domésticas.
         Sin embargo, un día llegó el momento en el que su padre le ordenó aprender su oficio: matar a los animales y convertir sus cuerpos en carnes, pieles y huesos.
         Enrique se resistió. Dijo que ¡nunca mataría!
         «¡Si es así, entonces no comerás nada hasta que entiendas con que labor ganamos dinero!».
         «¡Aun así no mataré! ¡Prefiero morir!», contestó Enrique a su padre.
         Aquella resistencia se mantuvo durante varios días, en los cuales el padre descargaba su cólera en la madre que trataba de proteger, en la medida de lo posible, a su hijo.
         Y entonces Enrique huyó de la casa.
         

* * *
         Vagabundeando de una pequeña ciudad a otra, llegó Enrique un día a la capital.
         Muy a menudo no lograba ganarse la comida, porque nadie le contrataba viendo que estaba muy debilitado por el hambre.
         No obstante, una vez un señor en ropas de terciopelo fino le ofreció un trabajo poco remunerado. Le pidió que llevara varios libros, en unas cubiertas de cobre muy pesadas, a su casa.
         Enrique aceptó su propuesta.
         Cuando llegaron a la casa del señor, Enrique leyó el letrero: «Maestro Fransua, el Boticario».
         Después de entrar en la casa, el Maestro Fransua le iba a pagar a Enrique. Pero al no haber encontrado dinero sencillo, subió por la escalera, dejando intencionalmente su bolsa abajo. Enrique miraba la bolsa con las monedas de oro, pero no pudo robarla.
         El Maestro Fransua regresó pronto, miró con ternura a Enrique y, entregándole su dinero suelto, pero ganado honestamente, dijo: «¡La honestidad es un buen comienzo para una buena vida! Yo necesito a un joven que pueda entregar los medicamentos. Si quieres, podrías ser mi ayudante y aprendiz».
         Así fue como Enrique se quedó en la casa del Maestro Fransua.
        

* * *
         La casa en la que pasó a vivir Enrique era extraña. Las reglas establecidas por el Maestro Fransua al principio lo sorprendían, pero con el tiempo se volvieron habituales y hasta agradables.
         La primera regla era la Pureza.
         Esta regla implicaba que no solamente tus cosas y también pisos, mesas y anaqueles de la casa deberían estar limpios, sino que todo debería estar limpio. Esto incluía el lavar a diario el cuerpo, el mantener puros pensamientos y emociones y el alimentarse de una forma limpia. Nadie nunca comía cuerpos de animales en aquella casa. El Maestro Fransua decía: «¡Hay que empezar la purificación y la transformación a partir de uno mismo!».
         La segunda regla era el Trabajo.
         En la casa cada uno tenía su quehacer y lo realizaba con ganas. El Maestro Fransua no aceptaba el trabajo de los sirvientes ni de los esclavos. Él solía decir:
         «Un esclavo o sirviente hace algo solamente porque lo obligan. Un hombre libre, en cambio, trabaja cuando puede o quiere, comprendiendo que esto es necesario.
         »¡La Libertad se alcanza solamente después de vencer al esclavo dentro de ti!».
         La tercera regla era el Silencio.
         En la casa del Maestro Fransua siempre reinaba una atmósfera de tranquilidad, que enseñaba a ver la Existencia verdadera y a percibirse como su integrante.
         «¡No hay que pronunciar en voz alta cada pensamiento que viene a tu cabeza! Detén tu habla, sumérgete en el silencio, y entonces, en nueve de diez casos, no dirás ni una sola palabra.
         »Pero aquello que digas será verdaderamente importante. Así dejarás de perturbar el silencio con tu palabrería.
         »¡Sólo con esta condición tus palabras serán una porción del elixir viviente para otras almas!», así enseñaba a los principiantes el Maestro Fransua.
         La cuarta regla era el Aprendizaje.
         El Maestro Fransua decía:
         «Cuando uno deja de conocer lo nuevo y de desarrollarse, da su primer paso hacia la muerte. Porque la vida del alma en el cuerpo se hace inútil.
         »¡Lo importante es saber aplicar el conocimiento, y no sólo tenerlo! En verdad, hay pocas cosas que debemos saber. Y después de conocerlas, hay que aprender a pensar operando con el conocimiento obtenido. Esta es la llave de la sabiduría».
         La quinta regla era el Amor.
         El Amor unía a todos los que vivían en la casa del Maestro Fransua. El Amor también era el fundamento de los métodos que ellos creaban para sanar a las personas.
         El Maestro Fransua no hablaba mucho del amor, pero cuando hablaba, sus palabras quedaban en la memoria por mucho tiempo.
         «El Amor es una condición indispensable para desarrollar la sabiduría. ¡La sabiduría es imposible sin el amor cordial!
         »¡El Amor es aquello que puede transformar un hombre ordinario en un Hombre Divino!»
         

* * *
         A Enrique le gustaba aprender. Él tenía una excelente memoria y una mente escudriñadora.
         Todo lo que su Maestro le proponía estudiar estaba lleno de sabiduría. Así eran, por ejemplo, los Evangelios.
         El Maestro Fransua explicaba:
         «¡Para poder sanar a la gente, no es suficiente conocer sólo la estructura del cuerpo! ¡Pues, el hombre es un alma y su cuerpo es simplemente un recipiente temporal! Por lo tanto, para sanar al hombre, se necesita no solamente tener el conocimiento sobre las hierbas medicinales, sobre los minerales, sobre los órganos del cuerpo y sobre los procesos que tienen lugar en el organismo entero, sino también el conocimiento sobre el alma.
         »Y este conocimiento, así como el conocimiento sobre Dios, puedes obtenerlo de las palabras de Jesús».
         Enrique objetó:
         «Pero para aquellos que no tienen el título de sacerdote, les es prohibido leer la Biblia».
         «¡No tengas miedo, porque el miedo es un mal maestro!
         »¡Lo que te sugiere el miedo lleva solamente a la obediencia esclava, a la vileza y al desarrollo de la capacidad para traicionar!
         »¡Nunca hagas caso de aquellos pensamientos que te cuchichean el miedo, la pereza o la ira!
         »Y una cosa más: ¡nadie debe ponerse entre el hombre y Dios! ¡Cada persona responde directamente ante el Creador por todo lo que hace o no hace en su vida! ¡Así que, uno debe aprender a experimentar y a entender a Dios personalmente!».
         De esta manera, poco a poco, el Maestro Fransua acercaba a Enrique a aquello que él llamaba la alquimia del alma.
         «La verdadera alquimia es el conocimiento sobre cómo uno debe perfeccionarse.
         »El hombre debe aprender a reconocer en sí lo alto y lo bajo, lo ligero y lo pesado, lo bueno y lo malo.
         »Los vicios o defectos inmovilizan el alma con su peso y no le permiten salir de los estados inferiores, groseros. ¡Por lo tanto, los defectos son aquello que uno debe superar primeramente!
         »Sólo aquel que se entrena en el auto-control en cada momento, y no solamente de vez en cuando, se acercará al estado perfecto».
         

* * *
         El Maestro Fransua podía explicar todo de una manera extraordinaria. Él tomaba ejemplos sencillos de la vida y los usaba para explicar grandes verdades.
         «Existen las Leyes de la Existencia creadas por Dios, Leyes que rigen el desarrollo de la vida en la Tierra y en el universo entero.
         »Mira, la piedra que estoy sosteniendo caerá a la tierra en el mismo momento en el que deje de sostenerla. Puedo repetirlo muchas veces y el resultado siempre será igual. Todo lo material, que se encuentra sobre la superficie de la Tierra, es atraído al planeta. La materia atrae a la materia. Así funciona la ley de la atracción.
         »Pero en el mundo de las almas también existe un fenómeno similar. Las almas humanas (y no sólo las humanas) se atraen y se unen por el amor.
         »Dios —el Creador de todo lo existente— ama a Sus hijos. ¡Y si uno también ama a Dios, entonces surge la atracción de una gran fuerza! ¡Esta fuerza supera, en un número incalculable de veces, todo lo que conoces!
         »¡De esta manera Dios guía a las almas hacia Él! ¡De esta manera funciona la Ley del Amor!
         »Puedo contarte también sobre la ley del odio. Si te golpeas contra una piedra puntiaguda y en venganza golpeas nuevamente, padecerás otra vez el dolor. Así funciona el mecanismo de venganza, de ofensa, de ira… Y así continuará hasta que comprendas —a través de dolor— la Ley del Amor.
         »¡Dios no castiga al hombre! ¡El hombre mismo es quien se castiga, violando las Leyes de la Existencia establecidas por el Creador!
         »Por el contrario, el que vive de acuerdo con estas Leyes Divinas de Amor y de Armonía es feliz en esta vida y en la póstuma.
         »Dios no ha creado nada malo. ¡Es el hombre quien usa mal aquello destinado para el bien! ¡Y es capaz de convertir toda su vida en un infierno! Y después él mismo ruega al Creador: “¡Sálvame!”. ¿No es un absurdo?
         »Te contaré una parábola sobre dos personas que fueron a ver el árbol del conocimiento del bien y del mal.
         »Habiendo llegado, cada uno tomó del árbol una manzana.
         »¡El primero disfrutó de ésta y agradeció a Dios y al manzano! E incluso sembró las semillas con amor en su jardín. Los árboles crecieron. La paz y la armonía reinaban en su casa y él, su esposa y sus hijos eran felices.
         »Al otro hombre la fruta le pereció agria y él la botó. Y —por rencor— rompió una rama del árbol. Hizo un arco y con éste mataba animales. ¡Él nunca podrá encontrar la felicidad, mientras sigue engendrando la infelicidad dentro de sí!
         »¡En aquel jardín, había un solo árbol! ¡Y todas sus frutas eran iguales! ¡Pero cada hombre llevaba —dentro de sí— la oportunidad para la felicidad o para la infelicidad!».
         

* * *
         Una vez en la casa del Maestro Fransua entró corriendo un hombre.
         «¿En esta casa vive el Maestro Fransua? ¡Yo viajé por toda Italia y Francia para encontrarlo! ¡Y ahora, por fin, lo he encontrado!
         »¡Permítame, señor, ser su discípulo!», pronunció él y cayó de rodillas ante el Maestro Fransua. Pero enseguida continuó hablando, atragantándose por la excitación:
         «Usted… ¡Usted no debe negarse! ¡Usted encontró la piedra filosofal! ¡Usted puede convertir el plomo en oro! Yo leí muchos tratados de “sublimación”. Logré gran éxito. ¡Estoy cerca de la meta, pero me falta algo para que la reacción se desarrolle bien!».
         «¿Y para qué necesitas todo esto? ¿Cuánto oro quieres?», le preguntó tranquilamente el Maestro Fransua.
         «Yo… ¡Yo tendría tanto oro cuanto quiero! ¡Siempre podría producir oro! ¡Seré rico, y entonces libre! ¡Podré hacer todo lo que deseo, cualquier cosa! ¡Haría lo que me da la gana! ¡Ninguna mujer se me negaría!».
         «¿Y qué vas a hacer al tener todo esto: el oro, las mujeres, el poder? ¿Estás seguro de que esto es lo que quieres? Porque, quizás, necesites sólo una mujer, aquella a la que amarás y que te amará a ti. Puede que para ser feliz, necesites solamente una casa con un jardín donde correrían sus hijos».
         «¡Yo vine para aprender de Usted! ¡Tengo dinero! ¡Puedo pagar por mi aprendizaje!».
         «¡Estás malgastando tu vida en cosas que no necesitas!
         »Has recibido tu primera lección, la misma que te podría dar si fueras mi discípulo. Si la aceptas, ¡serás feliz! Si no…
         »Soy un boticario, no un hechicero. Receto esta medicina que da salud tanto al alma como al cuerpo.
         »Has recibido tu receta. No te puedo ayudar más.
         »¡Enrique, acompaña al señor hasta la puerta!».
         

* * *
         «¿Qué es la piedra filosofal?», preguntó Enrique cuando la puerta se cerró tras el visitante.
         El Maestro Fransua contestó:
         «Las personas, que a veces se llaman alquimistas, tienen la convicción de que existe un elemento secreto, “el fundamento de la vida”, que permite transformar todo. Este elemento fue denominado piedra filosofal.
         »Muchas personas —año tras año— combinan en probetas diferentes elementos para encontrar de esta forma dicha piedra filosofal, que puede, según ellos creen, transformar cualquier metal en oro.
         »Pero el hecho es que en la antigüedad los verdaderos alquimistas usaban todos estos términos para hablar en secreto entre sí sobre las etapas y los elementos de la transformación del alma. Y la llave Divina, la verdadera piedra filosofal, era y es el amor, amor como la esencia del hombre, como un estado del alma.
         »Todo puede ser llamado vivo en el universo.
         »Sin embargo, una planta, un animal, una persona y Dios tienen diferentes niveles de la conciencia.
         »Hay ciertas etapas del crecimiento que el alma debe cubrir para desarrollar la facultad de comprender y de percibir. ¡Después de dominarlas, ella podrá penetrar en las Profundidades multidimensionales vivientes y luego conocer su Esencia Divina, su Unidad con Dios!
         »Y cuando el hombre-alma se asemeja a Dios, Le llamamos Cristo.
         »¡Es posible alcanzar la Gran Armonía! ¡Su secreto está en el hombre! En él —en su organismo multidimensional— se encuentran las energías de todos los planos universales. ¡Y el hombre-alma puede conocer todos estos planos y convertirse en lo Sutilísimo!
         »Al igual que un fragmento puede reconocer su presencia en la Gran Integridad, el hombre, penetrando en todos los planos del Absoluto, puede llegar a ser Uno con la Creación entera y con su Fuente, que es el Creador.
         »¡Él es similar a un Océano de Luz!
         »Su Resplandor es como el de incontables Soles, cuyos rayos lo penetran todo.
         »¡Él es Inconmensurable, Infinito!
         »¡Es de esta manera como el hombre encuentra su piedra filosofal y conoce al Creador!».
         

* * *
         El Maestro Fransua mantenía virtuosamente el equilibrio entre la fama y el anonimato. Él viajaba por Europa con varios compañeros. Luego ellos se quedaban en algún lugar y desarrollaban aquellas cosas que habían aprendido.
         Y Él —inalcanzable, imperceptible— seguía viajando y buscando nuevos compañeros. Así, gradualmente, Sus ideas y Luz se propagaban.
         Una vez Él dijo:
         «Yo hago la limpieza en la Tierra. Me esfuerzo por transformar la suciedad en suelo fértil y fructífero. En este suelo, planto las semillas del Amor, del Bien y de la Gran Sabiduría y luego las caliento y “despierto” con los Rayos del Sol.
         »¡Sí, Yo poseo la piedra filosofal! ¡Llevo las almas de un nivel de comprensión al otro, iniciando en ellas los procesos del crecimiento!
         »Debemos trabajar muchísimo, ustedes y Yo, para que la sabiduría del Conocimiento Verdadero vuelva a la humanidad.
         »¡Cada uno debe realizar este trabajo empezando por uno mismo! ¡Y así podrá convertirse en la fuente de Amor y de Luz en la Tierra!».


   *  Esta parábola es autobiográfica. Allí Radek narra sobre Su aprendizaje espiritual durante Su penúltima encarnación.